Textos y Bibliografía

Textos de varios autores


El cuento de nunca acabar
de Carmen Martín Gaite

“Precisamente lo que se está muriendo, y su muerte matándonos a nosotros, es la curiosidad, aquél afán infantil de indagar, de preguntar “¿por qué?” La afición a la pregunta se alimenta de un correlato más raro también cada día: el de la respuesta inesperada. ¿Para qué preguntar sin nadie nos sorprende con una respuesta divertida, que no apague la sed de seguir haciendo preguntas? Las primeras preguntas del niño – por concretas y rigurosas que sean – no sólo admiten la fantasía y el cuento como adecuada respuesta, sino que están clamando precisamente por ésa. “


Orlando
de Virginia Woolf

“…Una hora, una vez instalada en la mente humana, puede abarcar cincuenta o cien veces su tiempo cronométrico; inversamente, una hora puede corresponder a un segundo en el tiempo mental. Ese maravilloso desacuerdo del tiempo del reloj con el tiempo del alma no se conoce lo bastante y merecería una profunda investigación. Pero el biógrafo, cuyas tareas son, como lo hemos dicho, de lo más reducidas, tiene que limitarse a declarar: cuando un hombre ha alcanzado los treinta años, como ahora Orlando, el tiempo que dedica a pensar se le hace enormemente largo; el tiempo que dedica a obrar, enormemente breve.”


El cuento de nunca acabar
de Carmen Martín Gaite
La palabra evanescente
La palabra es revelación momentánea, epifanía. Al producirse deja detrás de sí misma la estela de su fugacidad. Es gratuita y sólo operará creída en su gratuidad, en lo que tiene de fluyente, de pasajero. Siempre resulta un poco engorroso “dar palabra” de algo, porque con ese giro lingüístico la estamos disecando; se insinúa la sombra amenazadora de un código que la va a convertir en perenne. ¿Cómo dar lo que no puede ser poseído por nadie, sino sólo disfrutado? La palabra vuela, ha nacido para volar, que nadie la coja. Las actitudes de lealtad, de mantenimiento a ultranza delo dicho, de coherencia forzada, nos dejan en los dedos el polvillo de las alas de una mariposa que no logró escapar y que ahora se agita con un alfiler atravesándole el cuerpo. Te cojo por la palabra.

El libro de los abrazos
DE Eduardo Galeano

La función del arte /1
Diego no conocía  la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas dunas de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor que el niño quedo mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
- ¡Ayúdame a mirar!

El cuento de nunca acabar
de Carmen Martín Gaite
El artificio
No hay escritura inocente. Escribir siempre es artificial, revela una manipulación. La palabra no sirve para traernos la cosa, sino para sustituirla. En  cada palabra está implícita la ausencia de la cosa que enuncia; la cosa misma queda vedada al tacto.

Red de cuentos
Ofrecemos esqueleto de cuentos. En el nuestro se insertan el de los demás. Percha de cuentos somos, pararrayos de cuentos. Unos amigos te llevan a otros, unos cuentos a otros, todo se engancha y enreda. Es literalmente el cuento de nunca acabar. No hace falta ir al cine para divertirse, los cuentos andan sueltos por la calle. Se trata simplemente de recogerlos o no.

La Hora de la Estrella
Clarice Lispector

"-Disculpe, señorita ¿puedo invitarla a pasear?
-Sí -respondió atolondrada, deprisa, antes de que él cambiara de idea.
-Si me permite, ¿cuál es su nombre?
-Macabea
-Maca ¿qué?
-Bea -se vio obligada a completar
-Disculpe pero parece el nombre de una enfermedad, de una enfermedad -de la piel.
(...)
Los dos ignoraban cómo se pasea. Caminaron bajo la lluvia densa y se detuvieron delante del escaparate de una ferretería donde había expuestos caños, latas, tornillos grandes y clavos.
Macabea, temerosa de que el silencio ya significase una ruptura, dijo al recién enamorado:
-A mí me gustan mucho los tornillos y los clavos, ¿y a usted?"

Ernesto Sábato
Hombres y engranajes

No estamos completamente aislados. Los fugaces instantes de comunidad ante la belleza que experimentamos alguna vez al lado de otros hombres, los momentos de solidaridad ante el dolor, son como frágiles y transitorios puentes que comunican a los hombres por sobre el abismo sin fondo de la soledad. Frágiles y transitorios, esos puentes sin embargo existen y aunque se pusiese en duda todo lo demás, eso debería bastamos para saber que hay algo fuera de nuestra cárcel y que ese algo es valioso y da sentido a nuestra vida

El escritor y sus fantasmas
Ernesto Sábato

“Hundidos en el precario rincón del universo que nos ha tocado en suerte, intentamos comunicarnos con otros fragmentos semejantes, pues la soledad de los espacios ilimitados nos aterra. A través de abismos insondables, tendemos temblorosos puentes, nos transmitimos palabras sueltas y gritos significativos, gestos de esperanza o de desesperación. Y alguien como yo, un alma que siente y piensa y sufre como yo, alguien que también está pugnando por comunicarse, tratando de entender mis mensajes cifrados, también se arriesga a través de frágiles puentes o en tambaleantes embarcaciones a través del océano tumultuoso y oscuro.”

El escritor y sus fantasmas
Ernesto Sábato

Lanzado ciegamente a la conquista del mundo externo, preocupado por el solo manejo de las cosas, el hombre terminó por cosificarse él mismo, cayendo al mundo del bruto en el que rige el ciego determinismo. Empujado por los objetos, títere de la misma circunstancia que había contribuido a crear, el hombre dejó de ser libre, y se volvió tan anónimo e impersonal como sus instrumentos. Ya no vive en el tiempo originario del ser sino en el tiempo de sus propios relojes. Es la caída del ser en el mundo, es la exteriorización y la banalización de su existencia. Ha ganado el mundo pero se ha perdido a sí mismo. Hasta que la angustia lo despierta, aunque lo despierte a un universo de pesadilla. Tambaleante y ansioso busca nuevamente el camino de sí mismo, en medio de las tinieblas. Algo le susurra que a pesar de todo es libre o puede serlo, que de cualquier modo él no es equiparable a un engranaje. Y hasta el hecho de descubrirse mortal, la angustiosa convicción de comprender su finitud también de algún modo es reconfortante, porque al fin de cuentas le prueba que es algo distinto a aquel engranaje indiferente y neutro: le demuestra que es un ser humano. Nada más pero nada menos que un hombre.

Ortega y Gasset
El hombre no tiene empeño alguno por estar en el mundo. En lo que tiene empeño es en estar bien. Sólo esto le parece necesario y todo lo demás es necesidad sólo en la medida en que haga posible el bienestar. Por lo tanto, para el hombre sólo es necesario lo objetivamente superfluo. Esto se juzgará paradójico, pero es la pura verdad. Las necesidades biológicamente objetivas no son, por sí, necesidades para él. Cuando se encuentra atenido a ellas se niega a satisfacerlas y prefiere sucumbir.





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